Es evidente que en los momentos difíciles donde más seguros se encuentran los barcos es amarrados a puerto esperando que pase el vendaval. Tan evidente como que no fueron construidos para eso.

La mayoría de las empresas de nuestro sector fueron creadas como consecuencia de circunstancias complicadas por parte de su fundador; muchas veces careciendo de capital, y con muy poca o ninguna ayuda por parte de las entidades financieras.

Las que consiguen sobrevivir a esta primera etapa y se van consolidando a medida que va pasando el tiempo, olvidan con frecuencia sus orígenes y el éxito les va marcando el camino a seguir. Poco a poco, entran trabajadores, es posible conseguir algo de capital y tímidas ayudas financieras.

Llega un momento en que la rueda empieza a girar y, sin que nos demos cuenta, el día a día va ocupando la labor del líder, y la empresa se convierte más en algo que nos arrastra, que en algo que se domine de forma absoluta. Llega un momento en que ya es difícil distinguir si somos nosotros los que controlamos la empresa o es la empresa la que nos controla a nosotros.

Se generan puestos directivos que van asumiendo tareas de las que se tuvieron que ocupar los socios en sus inicios. Y, pasado el tiempo, el que antes lo hacía todo se va convirtiendo en el director de una orquesta en la que no es el mejor en ninguno de los instrumentos que la forman.

En épocas de bonanza, estos dirigentes (que en la primera generación acostumbran a ser los dueños del negocio) ya no necesitan ni siquiera tener en sus manos el timón de la nave. Y la empresa, en el mejor de los casos, va creciendo en un entorno cada vez más cerrado en el que no existen nuevas iniciativas. Se aplica el viejo dicho de que si algo funciona bien, es mejor no tocarlo. No se producen cambios sustanciales.

Y esto, en un mundo tan cambiante como el que nos ha tocado vivir, nos puede dejar fuera de mercado por no saber generar nuevas ideas. Por no entender que, si no se innova, se acabará entrando en una dinámica en la que, casi de forma imperceptible, el proyecto empezará a declinar. Pero en algunas ocasiones, y acostumbra a pasar más de una vez en la vida de una empresa, en el mercado se produce alguna convulsión, generalmente de tipo económico, que obliga a las empresas a tomar medidas drásticas con la única finalidad de sobrevivir.

Está claro que cuando la travesía se produce en mares plácidos, la función del capitán es poco importante, con la labor de su tripulación hay más que suficiente para realizar la travesía. Pero cuando la tempestad se vuelve peligrosa, es cuando vuelven a brillar en su máximo esplendor los líderes. Es cuando, mientras la mayoría de los barcos se aletargan plácidamente en los puertos a la espera de que mejore el tiempo, ellos siguen cruzando el mar y sacando provecho al hecho de que son pocos los que se atreven a hacerlo.

Es cuando se renuevan, cuando buscan nuevas herramientas que les ayuden en los riesgos asumidos, porque está claro que, cuando se conoce la ruta, los modernos GPS ayudan, pero no son imprescindibles. Pero cuando la niebla o el tamaño de las olas desdibujan el rumbo, es cuando se convierten definitivamente en imprescindibles. En estos casos, los capitanes que han pasado mucho tiempo sin luchar en la cubierta del barco, vuelven a tomar el timón. Renacen como el ave fénix de las cenizas de un mercado asustado, y ayudan a que el sector siga avanzando: con nuevas ideas, con nuevas ilusiones. Comienza la aventura.

El artículo de Juan Ramón Cervantes, director general de Isi Condal, se puede consultar pinchando AQUÍ.